05 junio 2006
De Breda a París...
Cerraba ya la noche sobre el cielo de París. Refrescaba un poco, a pesar de estar ya bien entrado junio, y el verano. Las calles del centro, como antes la de los arrabales de la periferia, recibían, desiertas y sepulcralmente silenciosas, a los blindados oruga de la Nueve, la IX Compañía del Regimiento del Chad. Cruzaban la capital de Francia aquel 24 de junio de 1944 firmes, sin prisa pero sin pausa, conscientes de ser la avanzadilla del tan deseado y esperado ejército Aliado que vendría a expulsar de París a los alemanes. Dentro de los tanques, apiñados y expectantes, tensionados ante un posible ataque, los soldados aliados sabían que estaban entrando en la Historia. La mayoría de los componentes de la Nueve, comandada por el Capitán Dronne, eran españoles, y habían luchado contra el fascismo en la Guerra Civil y luego, exiliados y sin nada que perder, habían conducido al ejército de la Francia Libre de De Gaulle desde el corazón de África hasta los Campos Elíseos a golpe de fusil, dejandose la vida en el empeño, luchando por la Libertad en Europa, la misma Libertad que habían perdido en su patria.
Llegaron, sin contratiempos, hasta la plaza del Ayuntamiento. Por allí, para asombro de los ciudadanos franceses que asistían esperanzados al acontecimiento desde sus casas, desfilaron los carros de combate Guadalajara, Madrid, Jarama, Ebro, Teruel, Belchite, Guernica, Brunete y Don Quijote. Formaban parte de las dotaciones correspondientes a la I, II y III secciones de la IX Compañía, mandadas por un zaragozano, un madrileño, y un andaluz. Con los nombres de las célebres batallas de la guerra española en el morro y los flancos de los tanques, los spaniards habían echo fortuna en la guerra mundial, obteniendo una fama de aguerridos, intrépidos y algo temerarios a la hora de entrar en combate.
A eso de las nueve y media de la noche, el oficial madrileño Federico Moreno, junto con el andaluz Monto y el aragonés Martín Bernal, además de sus segundos, parlamentaba sobre las nuevas órdenes recibidas. Según el Alto Mando, en la calle de los Archivos, muy cerca de donde se encontraban, había un nido de resistencia alemán que debía ser abatido. Hacia allí se encaminó el Guadalajara, con tripulación extremeña. Por las cercanías del Arco del Triunfo de Napoleón y por los aledaños de los Campos Elíseos patrullaban, a bordo del Fort Star, más combatientes republicanos españoles. El primer choque con las fuerzas nazis lo sostuvo el blindado Ebro, mandado por el canario Campos y conducido por el catalán Bullosa. Ésos fueron los primeros disparos de las fuerzas aliadas en París...
En las torretas de los tanques de la Nueve, banderas tricolor, de la República añorada y perdida, ondeaban en el cielo de París. Algo inusual, ya que en el ejército de la Francia Libre sólo se permitían banderas francesas. Pero, como afirmó el Capitán Dronne y el propio De Gaulle (a quién protegerían luego en Notre-Dame los mismos spaniards), ésa era la bandera de su patria, al fin y al cabo. Hombres duros, hoscos, soberbios y aguerridos. Hombres que fueron fruto de ocho siglos de degollar moros; hechos a pelear cada palmo de tierra, cada plaza y cada villa. Españoles arrogantes y soberbios, que lucharon en Flandes, en Italia, en América, en Filipinas,...nacidos en una tierra reseca y áspera. Hombres que todo lo aguantaban en cualquier asalto, pero que no soportaban que les hablaran alto...
Los parisinos que contemplaron el desfile del destacamento de los liberadores de París afirmaron que se oyó, desde los arrabales a la Torre Eiffel, una cancioncilla simple y sencilla, alegre, y por supuesto, en la lengua de Cervantes: ¡somos rojos españoles...
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1 comentario:
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