El viejo, recostado sobre el pequeño catre, leía, con la luz de la lámpara de la mesita de noche alumbrándolo de perfil. En las paredes del angosto cuarto se recortaban las sombras de los muebles que inundaban la habitación. El viejo miró la hora en el reloj de pared que colgaba frente suya. Profundas arrugas surcaban el rostro del viejo, producto del paso del tiempo y, sobre todo, de la preocupación. A menudo se removía, inquieto, entre las sábanas del catre al que se veía abocado desde su terrible percance. En ese preciso instante, la puerta principal de la casa se abría y Manuel Rodríguez observaba desde su catre como su hijo Juan entraba sigiloso en la estancia, intentando no hacer demasiado ruido. Juan, después de colgar la gabardina parda en el perchero del vestíbulo, entró en el cuarto de su padre y cerró la puerta tras de sí.
Manuel Rodríguez dejó la manida y barata edición de La Catedral de Blasco Ibáñez sobre la mesita de noche e interpeló a su hijo:
-¿Qué tal ha ido todo hijo? Escuché las alarmas de los de asalto, y he estado bastante inquieto.
-Bueno, la noche ha sido bastante movidita. La Cabra loca sigue igual que siempre, padre.
-Sin duda que ese bastardo no cambiará jamás....ten cuidado Juan, ya nos llevó una vez a la tragedia, y no quisiera que aquello se repitiera.
Manuel Rodríguez recordaba todavía, como si fuera ayer mismo, los terribles sucesos del verano de 2011. Asesinatos, tropelías de todo tipo, revueltas sangrientas sofocadas a hierro y fuego por la Guardia de Asalto, y finalmente, el silencio. El silencio y el abandono progresivo de La Torre por parte de visitantes y naturales, que se iban, o no venían, huyendo del férreo control policial, de la corrupción municipal y de la amenazante y callada sombra del pasado.
-Ahora es diferente, padre. Ahora hay más voluntad de cambiar las cosas entre la gente...y más hambre también.
-Ahora la situación es mucho peor, Juan. Ahora la necesidad ahoga a los agricultores, y ese malnacido de Bastidas juega con el tiempo a su favor. Si hace diez años consiguió provocar una revuelta entre una gente que no estaba ni la mitad de desesperada que ahora, imagínate lo que puede suceder si a ese traidor se le sigue escuchando.
-Es cierto que la gente está más necesitada, pero lo que pasó ha dejado mucha huella entre el pueblo de La Torre. Muchas familias no se han recuperado de aquel palo.
El lo recordaba también, aunque sólo fuera un niño. Recordaba a su padre, sucio y ensangrentado, llegar de noche, muy tarde, a su casa, y recoger furtivamente el hatillo con ropa y comida que su madre le preparaba para pasar varios días en el refugio. Recordaba el rostro, duro y fruncido de su padre, su mirada feroz, que a veces le asustaba. Recordaba su barba de semanas enteras sin afeitar. Sobre todo recordaba sus silencios, más que nada cuando todo acabó y su padre se llevó varios meses casi sin abrir la boca, y él lo encontraba, a veces, mirando al vacío con la mirada perdida. Recordaba el pueblo en llamas. Los coches destrozados, volcados en medio de las calles. Los comercios saqueados, los edificios desolados y ardiendo. Y recordaba los muertos, tirados en las calles, o apoyados en los zaguanes de las casas humeantes. Él los había visto desde su balcón. Había visto los duros enfrentamientos entre la policía y los campesinos, y cómo una facción de éstos, liderados por Martín Bastidas, habían tomado como rehenes a cientos de veraneantes y los habían matado, en una orgía de sangre y fuego, muertos la mayoría debido al fuego cruzado entre los hombres de Bastidas y los de Asalto. Todo esto lo supo después, oyendo conversaciones entre sus familiares. Él recordaba cuando el pueblo bullía de actividad en verano, aquellos tiempos donde La Torre era un destino frecuente entre los turistas. Ahora, después de aquella masacre, el pueblo casi era un lugar fantasma, habitado por silenciosos ciudadanos que asistían incrédulos a la batalla sigilosa entre los poderosos caciques locales de la flor cortada, apoyados por la autoridad, y el campesinado explotado y hambriento.
El padre de Juan rompió el silencio:
-El ayuntamiento nos culpó a todos de aquella matanza, cuando saben perfectamente que fue Bastidas, con su séquito de dementes, los que lo hicieron todo, y los que nos llevaron a aquella revuelta inútil.
-Sí, y desde entonces los de Asalto nos controlan, nos asfixian.
-Bastidas es un traidor, y apostaría mi cabeza a que aquel acto infame e incomprensible lo hizo en entendimiento con los empresarios, con Buñuel y Grandes, estoy seguro. Nos vendió, el muy desgraciado.
-¿Estás insinuando que...
-No lo insinuo, hijo. Lo afirmo. Martín Bastidas es un traidor, nos vendió entonces, dejandonos en esta situación desesperada, y no dudará en llevarnos de nuevo a una masacre como la de entonces. Y tú, Juan Rodríguez, tienes que impedirlo. Ve, escucha, observa y aprende. Y luego, gánate al pueblo. Entonces, guíalos hasta la victoria, guíalos hasta la misma puerta de Buñuel y Grandes.
En aquel momento, Manuel Rodríguez tocó la prótesis que sustituía a su pierna derecha, y recordando el momento en el que Bastidas descargó deliberadamente el cargador de su Colt sobre ella, le dijo a su hijo:
-Y cuando todo eso ocurra, elimina a Bastidas.
Continuará....
26 julio 2006
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